lunes, 21 de abril de 2014

La mañana se llenará de jardineros. Gabriel Chávez Casazola

La mañana se llenará de jardineros.
Quito, Ecuador. El ángel editor. 2013
Un jardinero no es siempre la mejor persona en mi imaginario. Conocí muy niño las andanzas del jardinero de la primaria en la cual estudiaba con un profesor de quinto año. Ambos se ponían a beber en la oficina de intendencia a la hora del recreo, y en las noches se les veía cruzar la colonia con un bólido envueltos en la furia del alcohol. El jardinero comenzó a caerme mal desde que lo descubrí mirando las nalgas de una pubescente y él, al verse evidenciado, me lanzó un ademán interogatorio levantando la barbilla y frunciendo el ceño.

Casazola no sabía la historia de este jardinero, pero aún sabiéndola, no bastaría para que los jardineros no sean el símbolo de la esperanza. En algún libro suyo, el Dr. Enrique Dussel introduce un epígrafe de su hija (en ese entonces de 9 años) donde se lee: "No hay paz, hasta cortan las flores". Y sí, las flores han sido y serán el bello objeto de la naturaleza que nos ha dado menos oscuridad. Son por eso el reiterar de la vida, de la presencia de la vida, de la continuidad de la materia en el mundo. "Podrán cortar las flores, pero jamás detendrán la primavera" se lee, se escucha en algunas consignas de muchos grupos políticos. La primavera, así como la esperanza, se manifiesta en el cultivo, en la nueva semilla.

El último poema de Casazola, que da nombre al libro y que pertenece a una dupla de poemas familiares bajo el nombre de Finale, es sin duda un verdadero poema optimista y realista, es lengua de esperanza y lengua de cansancio, lengua verdadera, y curiosamente también está dedicado a su hija, como en el caso de la Filosofía de la liberación de Dussel. La muerte de los otros simpre tendrá dedicatoria. Habla Casazola con prudencia, pero con una sonrisa, congruente con su temperamento.


...Si la malaventura hiere su frente de luz
y la desguaza
y convierte en escombros su razón
y su alegría
que era también la nuestra

no te dejes llevar por las tristeza,
hija,
recuerda que detrás de los escombros
siempre quedan semillas ...



Pero quizás, una lectura política sería una lectura errada, por parcial, por incompleta. El libro del cual hablamos tiene resonancias que no sólo llegan a los mítines, sino que están en la semilla de una manzana o en el élitro de una langosta. El pasado trasciende las ideologías, habla más de bondad que de movimientos, habla más de una mujer tejiendo a la sombra de los árboles como la misma mujer que puede encabezar una revuelta feminista. En Casazola, hay un temperamento irónico y modesto, de corte cercano a Wislawa Szimborska, más aparejado a la búsqueda de la condición humana que a las preocupaciones políticas fruto de terribles decisiones.

La delicadeza, la destilación dirán algunos, es la materia de fluir de los poetas. En su hermoso poema "Sabrás disculpar", escribe el poeta a su madre por medio de sus hermosas palabras de agradecimiento y para dilucidar la justicia familiar. Este poema es un motivo para reconocerse desde el vientre materno, y así lo señala desde la cita, que a modo de epígrafe Casazola utiliza: "Lo que escribí en el vientre de mi madre / ante la luz desaparece. Eugenio Montejo". Quizás uno mismo escribe su epitafio en el vientre de la madre, quizás no sólo eso sino también el destino, el hambre futura, la relación con su pasado.

Hasta acá, el Finale de la obra, vayamos ahora a los tres capítulos restantes, Segundo y Primer Movimiento y Dramatis personae. El Segundo movimiento, finaliza con una ars poética, "Vuelo nocturno / Arte poética", que considero es un poema para tomarse como se caza una mariposa con los dedos, así como se atrapa el "resplandor de las estrellas / .../ con las manos / en el agua". 

En Segundo movimiento, hubo poemas que no me gustaron por completo o de manera parcial fundamentalmente porque el final era flojo o no se había podado la maraña de palabras. En el caso del poema "Si he de morir lejos de mi tierra" me pareció un poema que usa muchos lugares comunes pero que los entremezcla con buenos puntos de contacto a manera del boxeador que maromea con golpes conocidos y de manera inesperada suelta los golpes más contundentes en los órganos vitales: "Si he de morir lejos de mi tierra / ¿cuál es a estas alturas, mi pedazo de tierra aquí en la tierra? / quiero que sea en el nordeste brasileño y que canten forró mientras / me llevan"

Este poema, resultó a pesar de que no me gustó el final, uno de mis preferidos. Es el mismo boxeador que después de mostrar la gran habilidad de golpeo se pone a platicar con su manager y a pedir un helado de mantequilla dejando que le ganen por K.O. No me gusta el final y reclamo al poeta, no me gusta porque este  fue uno de los poemas más importantes del libro, porque lo hice mío, porque me hizo reflexionar más que ninguno, porque mezcló de manera casi perfecta el humor y la profundidad de pensamiento más preclara:

Que mi cortejo infúnebre esté compuesto por cordelistas y cantores de forró.

La bastedad de los temas fúnebres no es pretexto para que Casazola, como bien vimos arriba, se rehúse a escribirlos. Antes bien, me parece que lo hace de manera cuidadosa, así el tema del poema "En el principio" con versos como éste: "En el principio los muertos solo se desvanecían" Este segundo movimiento, es un resumen de la segunda vida, de la segunda mitad de la vida, la que se acerca a la muerte, la que parte de los olvidos, del mundo mítico y constructivo de la infancia, donde el autor se reconoce como un detentador de su destino y que a partir de ahí, la vida y sus cotidianidades se conoce desde ésta óptica: "Concédeme, oh Rey, a mí, que soy apenas tu lacayo, / poco menos que un molinero de las palabras / que un hilador de los sonidos, / poder deverlar y pronunciar el nombre de aquel duende / que se le ha aparecido a mi hijo esta mañana."

Hay poemas con fechas específicas, como el poema 1987, lo marqué con un preciso signo de admiración. Simplemente porque Casazola delcara en ese año su filiación como poeta mientras que yo, estaba naciendo. El poema 1972, es diferente, habla de ese año como del año de una serie de sucesos, y en particular de la  refutación de Neruda que hace Marco Antonio Campos: "Las páginas no sirven. La poesía no cambia sino la forma de una página". Leí tal asunto y recordé un poema breve de un mexicano del norte, Víctor Manuel Cárdenas: "La poesía no cambia nada / es un espejo donde se mira el que cambia". Y también recordé que a Neruda lo apoya Baudelaire: "Un hombre puede pasar un dia sin comer, pero no sin poesía". Tema delicado, tema que deja entrever las preocupaciones éticas, ya no de los poetas, sino de los seres humanos y sus oficios.
 
Hubo casos en este capítulo y en los siguientes a comentar, en los que en definitiva no me sentí cómodo como lector. Hubo segmentos del libro que marqué como prescindibles, que ya no eran necesarios, y casos en los que la experimentación no me parecía adecuada, como en el  poema "Guardafaro" donde la palabra ascender la coloca ascendiendo:
              r
               e
             d
           n
         e 
       c
     s
a a 

Ya en la parte de Dramatis Personae, nos encontramos con poemas de factura sutil. Y del cual quiero hablar poco porque es mucho más lo que dice la poesía que contiene.


Es mentira

Todo hombre es una

             isla.

Sueña el cielo y

lleva el mar

          que le rodea

 dentro suyo.

Y, bien, para hablar de esas sinuosidades de las que hablaba al trabajar el tema funerario, Dramatis Personae, abre con un poema titulado "De la velocidad de los fantasmas" con tres versos que dicen: "En un prólogo leo que un peota fue prematuramente muerto. / Pero, ¿Acaso hay alguien que muere antes de tiempo? / Todos morimos en el momento exacto. Poema que dialoga con esa dinámica de pensamiento presente en su poema antes mencionado donde se ríe de su muerte, donde la descoloca de ese ánimo oscuro y melancólico. Cuestionar a la muerte intenta el poeta, de manera literal, de manera evidente al escribir poemas para que se lean en el futuro. Gabriel Chávez Casazola, cuestiona, y ríe, de la vida, del pasado, a la muerte, a los tópicos que nos han resultado imprescindibles.

En el Primer movimiento. He marcado algunos poemas que me causaron a mí, movimientos del ánima: Paso de Ecuador (o Amor 77 revisited) con sus versos: Volver a ser lo que no somos, / o lo que somos / que es aún peor. El poema El tiempo y las copas, que me hizo imaginar al poeta, de una sabiduría alegre, levantando la cerveza y brindando con la salud de su sonrisa. Memento mori, que hace desviar la muerte por la vía de la espalda de la amante. (qué bello poema carajo): "la frágil duración / de los reinos y el reino de este mundo"     frente a "...la curvatura de tu espalda, / cuando mi mano, en el laba, la atraviesa." o el Argumento estético, que es viva comunicación con el anterior....

Me he quedado satisfecho con la lectura, muy a pesar de que en el momento de leer el primer poema del Primer movimiento,hice una anotación que sólo queda como anatema: "si yo hubiera escrito estos poemas, habría ahorrado algunas palabras", y que sin duda, sería la crítica más honesta y que me parece más adecuada a este buen libro: la palabrosidad no es una virtud, sino una ruinosa carga.

Y para terminar, el primer poema. Poema que és el mismo un capítulo, de epifánicas imágnes y revelaciones bien detalladas. En este poema el resultado será tener a Van Gogh y a Koyu Abe dialogando sobre los girasoles, en la palma de la mano. Y sí, es verdad, muchos compartirán la idea de que la belleza purifica por sí misma.



Gabriel Chávez Casazola (Bolivia, 1972) Poeta, ensayista y periodista boliviano. Ha publicado los libros de poesía Lugar Común (1999), Escalera de Mano (2003) y El agua iluminada (2010). Varios de sus poemas fueron traducidos al italiano, portugués e inglés, y textos suyos están incluidos en antologías internacionales y de su país. Ha impartido talleres de poesía en universidades y centros culturales, y participado en encuentros, festivales y lecturas en Brasil, Nicaragua,, Ecuador, México, Perú y Argentina.  Tiene publicados también un libro de ensayo y otro de crónica periodística, y editó una vasta y premiada Historia de la cultura boliviana del siglo XX (2005 y 2009), en dos volúmenes.  Entre otros premios, ha recibido la Medalla al Mérito Cultural del Estado boliviano.





Vuelo nocturno / Arte poética

El eje del mundo se ha movido hoy diez centímetros

a la izquierda o a la derecha quién lo sabe
pero los poetas esta noche andan revueltos

y se descalzan
y entran al río
y se ponen
a atrapar
el resplandor
de las estrellas

a atraparlas
con las manos
en el agua.



El tiempo y las copas
Hay días en que la vida es como un champán muy ligero,
una efusión de burbujas y de luces
Hay otros -los más- en que es una cerveza un poco agria,
áspera pero al fin y al cabo refrescante
Noches en que existir es un ron profundo
denso y dulce, hecho de las melazas del deseo
Madrugadas como un absintio de los buenos
donde los dedos hacen líneas de luz en la penumbra
Mediodías radiantes y en molicie como un cóctel de tumbo bajo un molle
Tardecitas como un vino viejo y generoso
Atardeceres y alboradas de agua fresca
Minutos intensos como un shot de tequila
Horas que son como el último whisky antes de irnos.



Si he de morir lejos de mi tierra

Si he de morir lejos de mi tierra
-¿cuál es a estas alturas, mi pedazo de tierra aquí en la tierra?-
quiero que sea en el nordeste brasileño y que canten forró mientras
me llevan a algún cementerio pequeño y colorido en una playa.

Que mi cortejo infúnebre esté compuesto por cordelistas y cantores de forró

y que entre los cordelistas y cantores y xilografistas
esté la mujer más hermosa
que conocí nunca

y que bailaba el forró de Chico Sales
cierta noche de trópico extasiado en la ciudad de Palmas

después de la cual puedo morir tranquilo
pues no es preciso seguir buscando y tentando cifrar la belleza
aquí en la tierra si ya la contemplé y era magnífica
e intimidante y oscura como suele serlo
en estas tierras.

La belleza.



Koyu Abe siembra una semilla de girasol en los jardines
del templo de Genji

Koyu Abe, con rigurosa túnica negra,
alta y rapada la cabeza
llano el ceño
siembra una semilla de girasol en los jardines del templo de Genji.

Con parsimonia deposita la pequeña cáscara repleta
de luz en potencia
de futuros asombros
en un cuenco cavado entre la tierra.

La cubre con una pequeña pala
la riega con una regadera anaranjada.

Pasa la brisa sobre los jardines del templo de Genji
la siente Koyu Abe en sus manos salpicadas por el agua.

En una bolsa de tela colgada en el regazo lleva
unas decenas o cientos de semillas.

Es aún muy de mañana y sembrar cada una es su tarea
y cubrirla
y regarla con su regadera anaranjada.

Un millón de girasoles habrán de alfombrar pronto los jardines de Genji y los huertos aledaños.

Monjes, campesinas,
todos habrán de tener manos humedecidas por el agua que riega los futuros
asombros amarillos de los niños,
las que serán luces piadosas para ojos extenuados.

Koyu Abe no conoce a Van Gogh, mas pinta girasoles con su pala.
Koyu Abe, cuya mirada divisa, en lontananza, los perfiles grisáceos de los silos nucleares.

A la vera de Fukushima se levantan los jardines del templo de Genji
y es preciso purificar el cielo, purificar las aguas, purificar el suelo, purificar los soles sembrando girasoles.

No es un efecto estético, me dice Koyu Abe, en el silencio de la imagen:
las raíces absorben los metales pesados
y del veneno nace, como si tal, la flor.

Mas es verdad que también la belleza purifica
por sí misma,

acota el holandés, saliendo del silencio de la tela,
y Koyu Abe me extiende una bolsa de semillas
de cáscaras repletas de diminuta luz.

La enorme regadera anaranjada
me la alcanza Van Gogh.



Lío de caballos. Martín Westphalen García

Lío de Caballos. Ed. Cucumí. Jacona, 2014.
Este libro que reseño es casi ficticio. Se le ocurrió a Martín Westphalen García mientras tenía un sueño que yo soñé.  Sus sueños contaban una turba de caballos que solitarios corrían en manada, una noche de estrellas juntas y hechas luna para que dispusieran yeguas y caballos sus amores, un potro, un caballo viejo al que le han trozado sus dientes las piedras de los años. Entonces, yo animado por esas intensas imágenes, lo instigué a que lo escribiera en hojas de papel especial, traído desde las tierras del desirto, desde donde se sabe, los caballos han tenido un protagonismo adecuado al mito.


Martín Westphalen, que recuerda mucho al peruano por su silencio... y su nombre, es sin duda un poco como él: la primera objeción que tuvo ante mi propuesta de escribir su libro soñado fue que el poema era más hermoso en el silencio de las imágenes. Eso sin duda tenía mucha importancia, pero mi argumento de convencimiento fue más bien un chantaje. Le dije que si no escribía el libro dejaría de soñarlo a él y con eso, toda su obra en conjunto se iría al carajo. Martín tuvo tanto miedo porque ignoraba que yo había escrito ya su historia y había dejado la posibilidad sobre el mundo de que fuera soñado por alguien más y con esto salvarse de mis arrebatos de voluntad.

En fin, lo escribió a regañadientes. No le gustaba, y lo entiendo, tener que escribir cada vez que yo me pusiera a dormir. Decía él que la creatividad era como sus caballos: unas bestias salvajes que no obedecían a razones ni a horarios. Sin embargo, sólo si yo lo soñaba con sus cadernos, él podía escribir, lo cual nos dejaba en una situación extremadamente difícil de lidiar y que resultaba paradójica, al grado de considerar y dudar sobre la existencia real de Martín quien sólo podía cuestionarse algo si estaba siendo soñado, es decir, si existía... y de ahí Descartes. Ocurrió un día, que estando Martín escribiendo su libro soñado, se me ocurrió recordar y soñar a Descartes, de tal manera, se conocieron en el maldito cerebro mío. Todo lo que aconteció después sin duda complicó el asunto.

Sucede que cada noche que yo soñaba a Martín Westphalen, él hacía que apareciera su ahora gran amigo Descartes, ya sea por medio de sus poemas o por su tipluda voz. Y entonces yo tenía que soñar con Descartes y con Martín al mismo tiempo, lo que representaba una disminución en la calidad de la escritura de Martín y en la argumentación del filósofo. Pero, caray, un jueves, comenzando a soñar, Martín me dijo muy seriamente: "ya no escribiré más el maldito libro que me impones escribir, he decidido escribir otra cosa, un libro que se llamará Lío de caballos".

Contrariado por lo absurdo de su declaración, le recordé que ese era el título del libro que había soñado él y que yo le había dicho que escribiera. Y para asestarle una aguja que representara mi dominio sobre él, le recordé mientras sonreía sardónicamente: "yo soy el soñador y tú eres el soñado, así que de mí depende que sigas existiendo o no". Lo que contestó Martín, sin duda fue influjo de su querido amigo Descartes:

"Bien, supongamos que yo sólo existo porque tú me sueñas. Si así fuera, ¿cómo puedo contestarte de manera negativa y de manera concisa? ¿Cómo puedo cuestionar mi existencia?. Yo sé que existo porque puedo soñarme y puedo soñarte a tí. Es más, puedo soñarte y hacer lo mismo que tú estás haciendo conmigo para que adviertas cómo son las cosas."

Y acto seguido, cerró los ojos y se puso a soñar conmigo. Yo mientras soñaba que él soñaba conmigo y viendo que era absurdo estar mirando a un soñador, decidí despertarme pero sorpresivamente no sabía cómo hacerlo, así que me quedé soñando con Martín el soñador.

Martín despertó cuando yo estaba ya resignado a no despertar nunca.

-Ah, veo que miraste cómo estaba soñando- dijo Martín

-Sí, te he visto, no por gusto...

-Ah, ¿y por qué ha sido?

-Pues porque no supe cómo despertar- confesé irremediablemente

Martín comenzó a reír a carcajadas:

-Amigo, pues debes saber que no supiste... ni pudiste despertar porque yo te estaba soñando y de mí dependía que despertaras o no. ¿Y sabes de qué fue mi sueño?, pues te soñé soñándome y mirándome dormir y soñándote a ti mismo. Ahora mírate: eres un contenido onírico, un resultado de cerrar los ojos, de la conciencia de otro. Díme, ¿cómo se siente?

Yo no tuve palabra. No pude contestar nada, estaba hechizado, estaba a merced del sueño de un sueño mío. Martín podía hacer conmigo lo que quisiera. Entonces, mirando mi desesperación, o quizás sabiendo lo que pensaba puesto que era producto de su sueño, me espetó con inclemencia.

-He terminado el libro. Quiero que lo reseñes en tu estúpido y magro blog.

Le dije que sí, le dije que pondría al final de la reseña uno de los poemas que soñé que él soñaba y que obligué a escribirlo. He aquí el resultado de la creatividad de Martín Westphalen, que no puedo hablar de él sin hacer una ficción y relatar un tramo de sueños en los que Descartes nos atravesó como brochetas:


El parto de un caballo

Nace un potro
como dicen que nacen los potros después de ser soñados
por sus madres,
que paren potros después de ser soñados por sus potros,
que se acarician después de ser soñados por el galope.

El galope es un retumbar del sueño
del sueño del potro por la yegua,
del sueño de la yegua por el potro.
Pero es el potro quien primero soñó a la madre.

¡Que se dejen de soñar aquellos que hablan del sueño
con sus patas de madera!
El sueño sólo nace del sueño,
un sueño anterior que se encuentra con la masa.

Así el potro soñó a su madre,
y la yegua soñó a sus padres antes de haber nacido,
y así también los futuros hijos del potro
ya lo han soñado, y
sus nietos ya han soñado a los hijos
y los últimos caballos sobre la tierra
ya ha soñado a todos los miembros 
de la equina manada,
y sus galopes.

¿Alguien más duda,
que soy un sueño de quienes todavía no nacen?



Martín Westphalen García. Zamora, Michoacán, 1979. Poeta y profesor rural. Ha publicado en revistas locales de Michoacán. Tiene publicada una plaquette en la editorial independiente El Cinabrio, Retumbar del corazón de las mangostas (2010). Lío de Caballos, es su segunda plaquette publicada.







martes, 25 de febrero de 2014

Andar tu nombre. Josimar Galíndez Rojas.




Andar tu nombre. Diablura. 2013
La cultura pasa por la boca de sus escritores. Considero que el poeta es un instrumento de su lenguaje, su vehículo primordial. Josimar lo logra en gran medida, sus virtudes favorables, su humildad. Enfrentarse a la enormidad del mar, a la del cielo, enfrentarse a lo profundo del universo, a lo irrebatible del Atila que es la muerte, conduce en el mejor de los casos a la humildad. El libro de Josimar se entrevera en esta humildad, con el lenguaje de la tribu, con la muerte, con el caballo de las emociones y en esa medida es un testimonio de un deudo situado en un contexto cultural específico.

Andar tu nombre, es un recorrido a la pérdida de la madre, situado en un plexo de nervios mexicano, joven, en un citadino situado entre las multitudes, con un lector afinado y observador cuidadoso de sus alrededores.


"suena y resuena
                        mamá ha muerto
calle chocando contra los ojos del que llora
calle
     total      la muerte no se espanta con gritos."


Josimar Galíndez, camina como un poeta que habla con la delicadeza y la sapiencia. Desde Tlapehuala y desde el Distrito Federal, desde lo sacro y lo mundano. En su poesía pueden leerse claves sonoras indistinguibles, el uso lustrado de la metáfora, el cuidado de los cortes, la benevolencia y su asunción, la advertencia y el recordatorio de nuestra insignificancia.
De lo insignificante habla el poeta.


"Yo
soy lo que
                soy
el pecado
               lo aprendí tarde
el amor por el contrario
me llegó muy pronto
                                       de tus manos
suaves
                ligeras como el aroma del calostro
                                               sabor de la infancia
contigo entendí por qué a Dios se le representa con las manos"


En el fragmento anterior, se aprecia la confianza del poeta de Tlapehuala, para hablar y jugar con los términos, con las agujas y esperanzas de la religión. Es otra muestra de lo que afirmo de este poeta que sabe leer a su gente, que sabe leerse entre sus semejantes, pero reafirmándose en sus contrastes.

Traigo en las manos buganvilias
para que veas –si es que miras–
en tu casa todo florece
a pesar de la muerte

La muerte, en Galíndez, tiene una dimensión equilibrada, sabe que no se detiene el mundo, tiene su significación precisa, si bien para el orden de la natura naturans es una consecuencia lógica, un elemento más del proceso de creación, y con una mínima importancia, también puede resultar una línea divisoria en la vida de una persona. Quizás cuando muere la madre uno comienza a envejecer, quizás cuando muere la madre uno queda huérfano no sólo de ella. Pero también la muerte de la madre, nos deja ver Josimar, no es para recordar la muerte, sino para recordar la vida.

Esta concepción de Galíndez me recuerda un pequeño y luminoso libro, que necesariamente debo recordarlo por su título: Muere mi madre, del japonés Saito Mokichi[1]. Donde un desapego a la madre es un monumento a su cariño. Donde su muerte es un gozo de la vida, aunque el mundo se torne desraizado, aunque el corazón se rasgue y se confunda con nubes solitarias en el cielo.

Quizás, un ánimo recurrente en el tratamiento de la muerte, una idea que suele ir aparejada, sea la del olvido, recuerdos, memoria. La muerte es un río desbordado que arrastra las casas, que libera de los potreros a los caballos de la memoria. El deudo, entonces, mira cómo se lleva algunos, como relinchan los que estaban dormidos y se desesperan por quedar a salvo, los ve también marcharse en su frenética caída, y a algunos, los fotografía, sabiendo que ese desdoblar de la memoria les otorga el amparo.

"Quiero que cumplas un año
para mandarte al olvido
porque no soy tan cruel
                                               madre
para vivir con tu ausencia"

Josimar Galíndez, nos recuerda los límites de la memoria, pero nos avisa que hay un papel activo en el deudo en domar esos corceles del recuerdo. Nos recuerda que los límites no los pone el recuerdo mismo, sino el recordante, diciéndonos entre líneas que el responsable del duelo es el dolorido.

Con este punto, Andar tu nombre, no es un deambular, es un camino que incluso presentía el comienzo, y que tiene un objetivo, un fin, una perspectiva que abona de la tradición de sentimientos de nuestra cultura, pero que los cuestiona sin dejar de ser el autor el que padece, el que sufre, pero con una actitud rara vez encontrada entre los deudos.



Fotografía: Andrés Martínez Ortiz




Josimar Galíndez Rojas. 1986. Estudió la carrera de Derecho en la UNAM. Poeta y promotor cultural. Formó parte del taller de creación literaria de la Facultad de Economía. Es colaborador además del proyecto Imaginaria jurídica, de la Facultad de Derecho de la UNAM. Dice de sí mismo: “Cuando sea grande seré poeta, corrijo: cuando sea poeta seré grande”.


[1] MOKICHI, Saito. Muere mi madre. Trad. de José Kozer. Monterrey: Capilla Alfonsina. Colección El oro de los tigres. 2009

martes, 4 de febrero de 2014

Mareas de Javier Moro Hernández



Mareas. Javier Moro Hernández

Mareas. Casa editorial Abismos. Colección Poesía, 2013

I
Quizás el tema básico de lo humano es el trato de la dificultad. Un hecho de dificultad es así un hecho humano. En elaborar delicias gastronómicas hay un acto de dificultad. En la biología, en la matemática, en el sigilo de la caza de las ideas, en la poesía, hay un acto de dificultad. Un acto de facilidad es comer cuando hay hambre, es llorar cuando hay un dolor, es dejar la facilidad de lo bestial. Vamos de lo complejo a lo simple, de lo incomprensible que es difícil a lo comprensible que es fácil. El acto de dificultad permitió al ser humano colocarse en dos piernas, y eso sólo en el comienzo.
La dificultad que implica conseguir la claridad ha hecho correr a varios despavoridos de la poesía o que ingenuos e incautos, glorifiquen su repudio a esa dificultad y lo tomen como presea para hablar de que un poema no sólo debe leerse en términos intelectuales, sino que el “entender” es más amplio. La claridad no está peleada con la complejidad, eso debe entenderse, la claridad está peleada con la mezquindad, con la falta de técnica, con la incapacidad técnica.
Lezama: “sólo lo difícil es estimulante”. Sí, estimula a las ánimas voluntariosas, a las ánimas con ansia de desentrañar el amasijo en que se nos presenta el mundo. A las ánimas apagadas, las del miedo, melindrosas o llanas, las cosificadas, no puede despertarles estímulo alguno, al contrario, la dificultad les aumenta la pasividad.
Javier Moro, no es un poeta difícil de leer. Es sencillo, así su poética está inscrita. La claridad de la expresión no resulta siempre en facilidad de comprensión. El haikú es un enorme ejemplo de ello. Por otro lado, la complejidad de la expresión no es siempre dificultad en la expresión. Tal como sucede con la resolución de algún problema filosófico o científico,  la poesía nos enfrenta a dificultades y resoluciones que nos aclaran, que nos arrojan a lo simple. No otorga nada al camino de la resolución, que el problema sea también, igual de simple. Si un libro es fácil de leer y fácil de comprender, no nos otorga nada más.
Quizás aquello de que sólo lo difícil es estimulante, se relacione por su contrario –la carencia de estimulación–  con la pereza para pensar, pero también se relaciona con el reconocimiento, con lo que algunos psicólogos y lógicos han llamado la necesidad de ser reconocidos en su esfuerzo. Se dice que un trabajo es mejor valorado cuando se ha implicado mayor esfuerzo en su confección, ahí entonces se levanta orgulloso el que trabaja y pone su esfuerzo por delante. En cambio, los trabajos que no precisan grandes esfuerzos para llevarse a buen fin, se les considera poco valiosos. De ahí que se empeñen muchos filósofos, Hegel es un caso ejemplar, en volver difícil lo que no precisa de tanta dificultad, o más cercanos, los abogados de Ministerio Público que se empeñan en engolar y emperifollar su discurso sin agregarle nada sustancial a “lo” que intentan comunicar.
Pero si es difícil el asunto que se trata, difícil es también comunicarlo. La virtud, el acto de dificultad, el acto eminentemente humano estriba en ser capaces de volverlo claro. Aclarar algo que de suyo es claro, es en este sentido una labor estimable, pero frívola.

II
Los poetas pueden distinguirse por su capacidad técnica y su capacidad de observación. Esa capacidad de observación es determinante para evitar ser un sensiblón, un cursi. La capacidad técnica, es para evitar que un alto pensamiento tenga sólo tierra aplanada y no un cimiento de mármol. Las dos capacidades son difíciles de desarrollar, una se puede lograr a través del estudio y la paciencia, la otra es un modo de ver el mundo peculiar y decantado desde sí mismo pero que también se construye con un re-colocamiento constante en el estar en el mundo, con un enfrentamiento perenne y con los sentidos despiertos a la condición humana. También, leyendo.
El libro que tengo en las manos, es un libro generoso, Mareas, de Javier Moro Hernández. El título es ya de sí ahogador, promete mucho. Pero yo no creo que haya mareas ahí, en el libro de Moro, siempre hay más mar en el mar. En la poesía, en las mareas, y en todo lo que hay y existe, la metáfora siempre está imposibilitada de lograr la identidad. ¿Qué labor ante el mundo le queda entonces al poeta cuando lo que representa no es más que imitación de lo que existe y como imitación ya trae la aristotélica disminución? En el libro de Moro, hay más bien un testimonio de las mareas en los corazones humanos, de los altibajos y naufragios del alma amorosa, del llanto que lanzó la proa al abismo, de la tristeza que arrojó las anclas, así como de la alegría que puede invadir las costas como las aguamalas o que aparece sólo de vez en cuando como desde la bahía las mantarrayas.
Moro se aventura en encontrarle fondo a las mareas, pero se nota el riesgo y el peligro del ahogo. El volverse hacia uno mismo. La insondable pertenencia a sí mismo. Si pensáramos en cuál es la capacidad más desarrollada de Moro, no sería la capacidad técnica, el libro está plagado de asonancias desafortunadas, de tropos mal confeccionados, de imágenes falseadas y lugares comunes:

                     Abre los ojos
                    3
                    Los recuerdos son insectos atrapados en tus párpados
                    Que nunca cuentan nada nuevo.

                    Pero tu imagen se ha clavado en la noche,
                    Es una guja clavada en mi costado.
                    Un dolor penetrante,
                    Metálico que nunca dice nada nuevo.

Lo que Moro sí tiene es una especial, una peculiar visión del mundo, llena de atisbos amorosos, de heridas y nostalgias, de hoteles de paso y marihuana, de besos que se dieron y besos que se volvieron ceniza, de acribillados, de vida constante y cotidiana, de vacíos expresivos, de recuerdos e infancias, de aparatos electrónicos y ciudades. Es honesto, tiene virtudes como ser humano que deja salir sin candados y sin amarrar sus articulaciones, las deja desbandarse. 

¿Sabes?
Puedo sentirme pequeño y precario
Cada vez que me siento junto a ti,
Cada vez que te veo obsesionada con algo;
Una injusticia,
Una alegría,
Un nuevo tema que te ocupa.

Luis Villoro, habla de la revolución como el descontento vertido en emociones pero que se ha racionalizado. Así la poesía, está en esa medida. La revolución que inicia como grescas de coraje, como realizaciones de la rabia humana, se racionaliza para lograr altos fines. En términos de dificultad, la racionalización de las emociones es el refinamiento de las herramientas de su comunicación: el lenguaje así se revoluciona. Y si asumo como verdadera la sentencia Wittgensteineana acerca del lenguaje, el mundo se amplía si se amplían las relaciones del lenguaje. Las relaciones forman parte también del mundo, acaecen, y estas relaciones del lenguaje, también las concibe y las estudia, sin dudas, el poeta, el hacedor de relaciones entre palabras. Recordemos parafraseando a Lugones: el poeta tiene como labor, entre otras, la de acercar dos palabras que nunca han estado juntas. La retórica nos muestra esas posibilidades de combinarse, de relacionarse, de decirse unas a otras, de transformarse y sonar en conjunto. No es gratuita la necesidad para un poeta, del conocimiento de su técnica.

Mareas
I
Un departamento sin luz,
Repleto de esquirlas de vidrio tiradas por el suelo
Un silencio espeso.

Caminas sobre los cuerpos destrizados por las bombas incendiarias
Caminas sobre recuerdos acribillados por
Francotiradores
Sin encontrar lo que alguna vez fue tuyo:
El latido de una voz,
El palpitar de un derrumbe.

Caminas sobre lo que queda de ti,
Sin encontrar nada,
ni siquiera una herida.

III
Si un poeta habla del mar, espero que cuando llegue al mar, o cuando me marche de un día de estarlo contemplando, el poeta me permita ver las crestas de las olas, el detalle de sus encallamientos, la precisión de lo que dicen las gaviotas, el rotundo maremoto dentro de mí. Leo por ejemplo a Huidobro y su monumento al mar, y mi voz adquiere una fuerza inesperada. Gonzalo Rojas, algo dijo elogioso de ese poema, algo así como que era el mejor poema donde se hablaba sobre el mar. Y sí, te inunda, te ahoga, te sacude como lamprea dentro del salino océano.  No hablo de continuidades, de construcción dialéctica e histórica del conocimiento, sino del humano que habla por el mundo.
Entré hace unos días a una biblioteca y tuve una devastadora tristeza. Miré los libros que se publicaron el siglo pasado, los comparé en bloque con los que se están escribiendo en este siglo y me sobrevino una profunda desesperanza: no avanzamos nada, la humanidad se va embruteciendo peligrosamente y produce una cantidad enorme de libros fallidos e inútiles. ¿Qué nos espera en la literatura cuando aún no podemos resolver  el hambre ni respetar los derechos de la gente?, ¿por qué la belleza posible de las relaciones entre los seres humanos está despreciada frente a la belleza efímera de las cosas? Moro nos dice que el caminante sigue aún cuando haya esquirlas en el suelo, habla de frustración pero así, también de esperanzas:



Mareas
3
Un hombre que trata de reconstruir lo que quedó.

Un hombre que regresa
Para encontrarse solo con los ecos que se alejan
por las escaleras

Un hombre que regresa para encontrarse
con las ventanas rotas y la televisión encendida

Un hombre que recoge lo que queda:
Vidrios rotos,
Alfombras quemadas,
Puertas tiradas.

Un hombre que recoge sus restos,
Lo que queda de él.

En ese contexto, el libro de Moro, fue más allá de pensar sobre la dificultad o facilidad en la poesía. Y hubo una experiencia especial con su libro. En Diciembre de 2013 fui a una comunidad zapatista en el Caracol de la Realidad. Me ponía a leer por las noches, recostado en una hamaca. En el cuarto donde dormía, me acompañaban otros tres compas. Uno de ellos me preguntó, la primera noche, que a qué me dedicaba. Yo le comenté que me dedicaba a escribir. La siguiente noche, mientras leía un volumen de cuentos, ese compa se me acercó y me preguntó que si no tenía un libro de poesía para leer. El único libro que llevaba era el de Javier Moro, y se lo di, con asombro. El compa zapatista, de treinta y cinco años, con una mirada vidriosa como la de Emiliano en su última foto, comenzó a leer Mareas a las nueve de la noche, y lo terminó al borde de las doce, sin interrupciones. Terminando la lectura, se levantó de su cama, me entregó el libro y callado se regresó a dormir. 

No supe nunca si le gustó o no el libro. ¿Qué dicha no puede haber en un escritor que ha sido leído ávidamente? El último día que estuve allá, el compa zapatista me pidió que leyera un poema que había escrito la noche anterior, un poema que él no sabía que decía, que no sabía si era bueno o terrible, pero me pidió que lo leyera porque se había acercado a la poesía, y el libro de Moro ya le había informado algo muy importante: cualquier poeta, independientemente de su calidad, cualquier poeta que auténticamente lo sea; algo bello o importante, algo imprescindible, por minúsculo que sea, ya sea en un verso o en un par de palabras que nunca antes de él se habían acercado, algo tendrá que decir.





Javier Moro Hernández. Bucaramanga, Colombia 1976. Comunicólogo de formación, estudió en la UAM Xochimilco. Actualmente se desempeña como periodista y promotor cultural. Antologado en varias ocasiones, Mareas es, en sus propias palabras, la conclusión de un proceso vital, y su primera obra publicada.