lunes, 21 de abril de 2014

La mañana se llenará de jardineros. Gabriel Chávez Casazola

La mañana se llenará de jardineros.
Quito, Ecuador. El ángel editor. 2013
Un jardinero no es siempre la mejor persona en mi imaginario. Conocí muy niño las andanzas del jardinero de la primaria en la cual estudiaba con un profesor de quinto año. Ambos se ponían a beber en la oficina de intendencia a la hora del recreo, y en las noches se les veía cruzar la colonia con un bólido envueltos en la furia del alcohol. El jardinero comenzó a caerme mal desde que lo descubrí mirando las nalgas de una pubescente y él, al verse evidenciado, me lanzó un ademán interogatorio levantando la barbilla y frunciendo el ceño.

Casazola no sabía la historia de este jardinero, pero aún sabiéndola, no bastaría para que los jardineros no sean el símbolo de la esperanza. En algún libro suyo, el Dr. Enrique Dussel introduce un epígrafe de su hija (en ese entonces de 9 años) donde se lee: "No hay paz, hasta cortan las flores". Y sí, las flores han sido y serán el bello objeto de la naturaleza que nos ha dado menos oscuridad. Son por eso el reiterar de la vida, de la presencia de la vida, de la continuidad de la materia en el mundo. "Podrán cortar las flores, pero jamás detendrán la primavera" se lee, se escucha en algunas consignas de muchos grupos políticos. La primavera, así como la esperanza, se manifiesta en el cultivo, en la nueva semilla.

El último poema de Casazola, que da nombre al libro y que pertenece a una dupla de poemas familiares bajo el nombre de Finale, es sin duda un verdadero poema optimista y realista, es lengua de esperanza y lengua de cansancio, lengua verdadera, y curiosamente también está dedicado a su hija, como en el caso de la Filosofía de la liberación de Dussel. La muerte de los otros simpre tendrá dedicatoria. Habla Casazola con prudencia, pero con una sonrisa, congruente con su temperamento.


...Si la malaventura hiere su frente de luz
y la desguaza
y convierte en escombros su razón
y su alegría
que era también la nuestra

no te dejes llevar por las tristeza,
hija,
recuerda que detrás de los escombros
siempre quedan semillas ...



Pero quizás, una lectura política sería una lectura errada, por parcial, por incompleta. El libro del cual hablamos tiene resonancias que no sólo llegan a los mítines, sino que están en la semilla de una manzana o en el élitro de una langosta. El pasado trasciende las ideologías, habla más de bondad que de movimientos, habla más de una mujer tejiendo a la sombra de los árboles como la misma mujer que puede encabezar una revuelta feminista. En Casazola, hay un temperamento irónico y modesto, de corte cercano a Wislawa Szimborska, más aparejado a la búsqueda de la condición humana que a las preocupaciones políticas fruto de terribles decisiones.

La delicadeza, la destilación dirán algunos, es la materia de fluir de los poetas. En su hermoso poema "Sabrás disculpar", escribe el poeta a su madre por medio de sus hermosas palabras de agradecimiento y para dilucidar la justicia familiar. Este poema es un motivo para reconocerse desde el vientre materno, y así lo señala desde la cita, que a modo de epígrafe Casazola utiliza: "Lo que escribí en el vientre de mi madre / ante la luz desaparece. Eugenio Montejo". Quizás uno mismo escribe su epitafio en el vientre de la madre, quizás no sólo eso sino también el destino, el hambre futura, la relación con su pasado.

Hasta acá, el Finale de la obra, vayamos ahora a los tres capítulos restantes, Segundo y Primer Movimiento y Dramatis personae. El Segundo movimiento, finaliza con una ars poética, "Vuelo nocturno / Arte poética", que considero es un poema para tomarse como se caza una mariposa con los dedos, así como se atrapa el "resplandor de las estrellas / .../ con las manos / en el agua". 

En Segundo movimiento, hubo poemas que no me gustaron por completo o de manera parcial fundamentalmente porque el final era flojo o no se había podado la maraña de palabras. En el caso del poema "Si he de morir lejos de mi tierra" me pareció un poema que usa muchos lugares comunes pero que los entremezcla con buenos puntos de contacto a manera del boxeador que maromea con golpes conocidos y de manera inesperada suelta los golpes más contundentes en los órganos vitales: "Si he de morir lejos de mi tierra / ¿cuál es a estas alturas, mi pedazo de tierra aquí en la tierra? / quiero que sea en el nordeste brasileño y que canten forró mientras / me llevan"

Este poema, resultó a pesar de que no me gustó el final, uno de mis preferidos. Es el mismo boxeador que después de mostrar la gran habilidad de golpeo se pone a platicar con su manager y a pedir un helado de mantequilla dejando que le ganen por K.O. No me gusta el final y reclamo al poeta, no me gusta porque este  fue uno de los poemas más importantes del libro, porque lo hice mío, porque me hizo reflexionar más que ninguno, porque mezcló de manera casi perfecta el humor y la profundidad de pensamiento más preclara:

Que mi cortejo infúnebre esté compuesto por cordelistas y cantores de forró.

La bastedad de los temas fúnebres no es pretexto para que Casazola, como bien vimos arriba, se rehúse a escribirlos. Antes bien, me parece que lo hace de manera cuidadosa, así el tema del poema "En el principio" con versos como éste: "En el principio los muertos solo se desvanecían" Este segundo movimiento, es un resumen de la segunda vida, de la segunda mitad de la vida, la que se acerca a la muerte, la que parte de los olvidos, del mundo mítico y constructivo de la infancia, donde el autor se reconoce como un detentador de su destino y que a partir de ahí, la vida y sus cotidianidades se conoce desde ésta óptica: "Concédeme, oh Rey, a mí, que soy apenas tu lacayo, / poco menos que un molinero de las palabras / que un hilador de los sonidos, / poder deverlar y pronunciar el nombre de aquel duende / que se le ha aparecido a mi hijo esta mañana."

Hay poemas con fechas específicas, como el poema 1987, lo marqué con un preciso signo de admiración. Simplemente porque Casazola delcara en ese año su filiación como poeta mientras que yo, estaba naciendo. El poema 1972, es diferente, habla de ese año como del año de una serie de sucesos, y en particular de la  refutación de Neruda que hace Marco Antonio Campos: "Las páginas no sirven. La poesía no cambia sino la forma de una página". Leí tal asunto y recordé un poema breve de un mexicano del norte, Víctor Manuel Cárdenas: "La poesía no cambia nada / es un espejo donde se mira el que cambia". Y también recordé que a Neruda lo apoya Baudelaire: "Un hombre puede pasar un dia sin comer, pero no sin poesía". Tema delicado, tema que deja entrever las preocupaciones éticas, ya no de los poetas, sino de los seres humanos y sus oficios.
 
Hubo casos en este capítulo y en los siguientes a comentar, en los que en definitiva no me sentí cómodo como lector. Hubo segmentos del libro que marqué como prescindibles, que ya no eran necesarios, y casos en los que la experimentación no me parecía adecuada, como en el  poema "Guardafaro" donde la palabra ascender la coloca ascendiendo:
              r
               e
             d
           n
         e 
       c
     s
a a 

Ya en la parte de Dramatis Personae, nos encontramos con poemas de factura sutil. Y del cual quiero hablar poco porque es mucho más lo que dice la poesía que contiene.


Es mentira

Todo hombre es una

             isla.

Sueña el cielo y

lleva el mar

          que le rodea

 dentro suyo.

Y, bien, para hablar de esas sinuosidades de las que hablaba al trabajar el tema funerario, Dramatis Personae, abre con un poema titulado "De la velocidad de los fantasmas" con tres versos que dicen: "En un prólogo leo que un peota fue prematuramente muerto. / Pero, ¿Acaso hay alguien que muere antes de tiempo? / Todos morimos en el momento exacto. Poema que dialoga con esa dinámica de pensamiento presente en su poema antes mencionado donde se ríe de su muerte, donde la descoloca de ese ánimo oscuro y melancólico. Cuestionar a la muerte intenta el poeta, de manera literal, de manera evidente al escribir poemas para que se lean en el futuro. Gabriel Chávez Casazola, cuestiona, y ríe, de la vida, del pasado, a la muerte, a los tópicos que nos han resultado imprescindibles.

En el Primer movimiento. He marcado algunos poemas que me causaron a mí, movimientos del ánima: Paso de Ecuador (o Amor 77 revisited) con sus versos: Volver a ser lo que no somos, / o lo que somos / que es aún peor. El poema El tiempo y las copas, que me hizo imaginar al poeta, de una sabiduría alegre, levantando la cerveza y brindando con la salud de su sonrisa. Memento mori, que hace desviar la muerte por la vía de la espalda de la amante. (qué bello poema carajo): "la frágil duración / de los reinos y el reino de este mundo"     frente a "...la curvatura de tu espalda, / cuando mi mano, en el laba, la atraviesa." o el Argumento estético, que es viva comunicación con el anterior....

Me he quedado satisfecho con la lectura, muy a pesar de que en el momento de leer el primer poema del Primer movimiento,hice una anotación que sólo queda como anatema: "si yo hubiera escrito estos poemas, habría ahorrado algunas palabras", y que sin duda, sería la crítica más honesta y que me parece más adecuada a este buen libro: la palabrosidad no es una virtud, sino una ruinosa carga.

Y para terminar, el primer poema. Poema que és el mismo un capítulo, de epifánicas imágnes y revelaciones bien detalladas. En este poema el resultado será tener a Van Gogh y a Koyu Abe dialogando sobre los girasoles, en la palma de la mano. Y sí, es verdad, muchos compartirán la idea de que la belleza purifica por sí misma.



Gabriel Chávez Casazola (Bolivia, 1972) Poeta, ensayista y periodista boliviano. Ha publicado los libros de poesía Lugar Común (1999), Escalera de Mano (2003) y El agua iluminada (2010). Varios de sus poemas fueron traducidos al italiano, portugués e inglés, y textos suyos están incluidos en antologías internacionales y de su país. Ha impartido talleres de poesía en universidades y centros culturales, y participado en encuentros, festivales y lecturas en Brasil, Nicaragua,, Ecuador, México, Perú y Argentina.  Tiene publicados también un libro de ensayo y otro de crónica periodística, y editó una vasta y premiada Historia de la cultura boliviana del siglo XX (2005 y 2009), en dos volúmenes.  Entre otros premios, ha recibido la Medalla al Mérito Cultural del Estado boliviano.





Vuelo nocturno / Arte poética

El eje del mundo se ha movido hoy diez centímetros

a la izquierda o a la derecha quién lo sabe
pero los poetas esta noche andan revueltos

y se descalzan
y entran al río
y se ponen
a atrapar
el resplandor
de las estrellas

a atraparlas
con las manos
en el agua.



El tiempo y las copas
Hay días en que la vida es como un champán muy ligero,
una efusión de burbujas y de luces
Hay otros -los más- en que es una cerveza un poco agria,
áspera pero al fin y al cabo refrescante
Noches en que existir es un ron profundo
denso y dulce, hecho de las melazas del deseo
Madrugadas como un absintio de los buenos
donde los dedos hacen líneas de luz en la penumbra
Mediodías radiantes y en molicie como un cóctel de tumbo bajo un molle
Tardecitas como un vino viejo y generoso
Atardeceres y alboradas de agua fresca
Minutos intensos como un shot de tequila
Horas que son como el último whisky antes de irnos.



Si he de morir lejos de mi tierra

Si he de morir lejos de mi tierra
-¿cuál es a estas alturas, mi pedazo de tierra aquí en la tierra?-
quiero que sea en el nordeste brasileño y que canten forró mientras
me llevan a algún cementerio pequeño y colorido en una playa.

Que mi cortejo infúnebre esté compuesto por cordelistas y cantores de forró

y que entre los cordelistas y cantores y xilografistas
esté la mujer más hermosa
que conocí nunca

y que bailaba el forró de Chico Sales
cierta noche de trópico extasiado en la ciudad de Palmas

después de la cual puedo morir tranquilo
pues no es preciso seguir buscando y tentando cifrar la belleza
aquí en la tierra si ya la contemplé y era magnífica
e intimidante y oscura como suele serlo
en estas tierras.

La belleza.



Koyu Abe siembra una semilla de girasol en los jardines
del templo de Genji

Koyu Abe, con rigurosa túnica negra,
alta y rapada la cabeza
llano el ceño
siembra una semilla de girasol en los jardines del templo de Genji.

Con parsimonia deposita la pequeña cáscara repleta
de luz en potencia
de futuros asombros
en un cuenco cavado entre la tierra.

La cubre con una pequeña pala
la riega con una regadera anaranjada.

Pasa la brisa sobre los jardines del templo de Genji
la siente Koyu Abe en sus manos salpicadas por el agua.

En una bolsa de tela colgada en el regazo lleva
unas decenas o cientos de semillas.

Es aún muy de mañana y sembrar cada una es su tarea
y cubrirla
y regarla con su regadera anaranjada.

Un millón de girasoles habrán de alfombrar pronto los jardines de Genji y los huertos aledaños.

Monjes, campesinas,
todos habrán de tener manos humedecidas por el agua que riega los futuros
asombros amarillos de los niños,
las que serán luces piadosas para ojos extenuados.

Koyu Abe no conoce a Van Gogh, mas pinta girasoles con su pala.
Koyu Abe, cuya mirada divisa, en lontananza, los perfiles grisáceos de los silos nucleares.

A la vera de Fukushima se levantan los jardines del templo de Genji
y es preciso purificar el cielo, purificar las aguas, purificar el suelo, purificar los soles sembrando girasoles.

No es un efecto estético, me dice Koyu Abe, en el silencio de la imagen:
las raíces absorben los metales pesados
y del veneno nace, como si tal, la flor.

Mas es verdad que también la belleza purifica
por sí misma,

acota el holandés, saliendo del silencio de la tela,
y Koyu Abe me extiende una bolsa de semillas
de cáscaras repletas de diminuta luz.

La enorme regadera anaranjada
me la alcanza Van Gogh.



Lío de caballos. Martín Westphalen García

Lío de Caballos. Ed. Cucumí. Jacona, 2014.
Este libro que reseño es casi ficticio. Se le ocurrió a Martín Westphalen García mientras tenía un sueño que yo soñé.  Sus sueños contaban una turba de caballos que solitarios corrían en manada, una noche de estrellas juntas y hechas luna para que dispusieran yeguas y caballos sus amores, un potro, un caballo viejo al que le han trozado sus dientes las piedras de los años. Entonces, yo animado por esas intensas imágenes, lo instigué a que lo escribiera en hojas de papel especial, traído desde las tierras del desirto, desde donde se sabe, los caballos han tenido un protagonismo adecuado al mito.


Martín Westphalen, que recuerda mucho al peruano por su silencio... y su nombre, es sin duda un poco como él: la primera objeción que tuvo ante mi propuesta de escribir su libro soñado fue que el poema era más hermoso en el silencio de las imágenes. Eso sin duda tenía mucha importancia, pero mi argumento de convencimiento fue más bien un chantaje. Le dije que si no escribía el libro dejaría de soñarlo a él y con eso, toda su obra en conjunto se iría al carajo. Martín tuvo tanto miedo porque ignoraba que yo había escrito ya su historia y había dejado la posibilidad sobre el mundo de que fuera soñado por alguien más y con esto salvarse de mis arrebatos de voluntad.

En fin, lo escribió a regañadientes. No le gustaba, y lo entiendo, tener que escribir cada vez que yo me pusiera a dormir. Decía él que la creatividad era como sus caballos: unas bestias salvajes que no obedecían a razones ni a horarios. Sin embargo, sólo si yo lo soñaba con sus cadernos, él podía escribir, lo cual nos dejaba en una situación extremadamente difícil de lidiar y que resultaba paradójica, al grado de considerar y dudar sobre la existencia real de Martín quien sólo podía cuestionarse algo si estaba siendo soñado, es decir, si existía... y de ahí Descartes. Ocurrió un día, que estando Martín escribiendo su libro soñado, se me ocurrió recordar y soñar a Descartes, de tal manera, se conocieron en el maldito cerebro mío. Todo lo que aconteció después sin duda complicó el asunto.

Sucede que cada noche que yo soñaba a Martín Westphalen, él hacía que apareciera su ahora gran amigo Descartes, ya sea por medio de sus poemas o por su tipluda voz. Y entonces yo tenía que soñar con Descartes y con Martín al mismo tiempo, lo que representaba una disminución en la calidad de la escritura de Martín y en la argumentación del filósofo. Pero, caray, un jueves, comenzando a soñar, Martín me dijo muy seriamente: "ya no escribiré más el maldito libro que me impones escribir, he decidido escribir otra cosa, un libro que se llamará Lío de caballos".

Contrariado por lo absurdo de su declaración, le recordé que ese era el título del libro que había soñado él y que yo le había dicho que escribiera. Y para asestarle una aguja que representara mi dominio sobre él, le recordé mientras sonreía sardónicamente: "yo soy el soñador y tú eres el soñado, así que de mí depende que sigas existiendo o no". Lo que contestó Martín, sin duda fue influjo de su querido amigo Descartes:

"Bien, supongamos que yo sólo existo porque tú me sueñas. Si así fuera, ¿cómo puedo contestarte de manera negativa y de manera concisa? ¿Cómo puedo cuestionar mi existencia?. Yo sé que existo porque puedo soñarme y puedo soñarte a tí. Es más, puedo soñarte y hacer lo mismo que tú estás haciendo conmigo para que adviertas cómo son las cosas."

Y acto seguido, cerró los ojos y se puso a soñar conmigo. Yo mientras soñaba que él soñaba conmigo y viendo que era absurdo estar mirando a un soñador, decidí despertarme pero sorpresivamente no sabía cómo hacerlo, así que me quedé soñando con Martín el soñador.

Martín despertó cuando yo estaba ya resignado a no despertar nunca.

-Ah, veo que miraste cómo estaba soñando- dijo Martín

-Sí, te he visto, no por gusto...

-Ah, ¿y por qué ha sido?

-Pues porque no supe cómo despertar- confesé irremediablemente

Martín comenzó a reír a carcajadas:

-Amigo, pues debes saber que no supiste... ni pudiste despertar porque yo te estaba soñando y de mí dependía que despertaras o no. ¿Y sabes de qué fue mi sueño?, pues te soñé soñándome y mirándome dormir y soñándote a ti mismo. Ahora mírate: eres un contenido onírico, un resultado de cerrar los ojos, de la conciencia de otro. Díme, ¿cómo se siente?

Yo no tuve palabra. No pude contestar nada, estaba hechizado, estaba a merced del sueño de un sueño mío. Martín podía hacer conmigo lo que quisiera. Entonces, mirando mi desesperación, o quizás sabiendo lo que pensaba puesto que era producto de su sueño, me espetó con inclemencia.

-He terminado el libro. Quiero que lo reseñes en tu estúpido y magro blog.

Le dije que sí, le dije que pondría al final de la reseña uno de los poemas que soñé que él soñaba y que obligué a escribirlo. He aquí el resultado de la creatividad de Martín Westphalen, que no puedo hablar de él sin hacer una ficción y relatar un tramo de sueños en los que Descartes nos atravesó como brochetas:


El parto de un caballo

Nace un potro
como dicen que nacen los potros después de ser soñados
por sus madres,
que paren potros después de ser soñados por sus potros,
que se acarician después de ser soñados por el galope.

El galope es un retumbar del sueño
del sueño del potro por la yegua,
del sueño de la yegua por el potro.
Pero es el potro quien primero soñó a la madre.

¡Que se dejen de soñar aquellos que hablan del sueño
con sus patas de madera!
El sueño sólo nace del sueño,
un sueño anterior que se encuentra con la masa.

Así el potro soñó a su madre,
y la yegua soñó a sus padres antes de haber nacido,
y así también los futuros hijos del potro
ya lo han soñado, y
sus nietos ya han soñado a los hijos
y los últimos caballos sobre la tierra
ya ha soñado a todos los miembros 
de la equina manada,
y sus galopes.

¿Alguien más duda,
que soy un sueño de quienes todavía no nacen?



Martín Westphalen García. Zamora, Michoacán, 1979. Poeta y profesor rural. Ha publicado en revistas locales de Michoacán. Tiene publicada una plaquette en la editorial independiente El Cinabrio, Retumbar del corazón de las mangostas (2010). Lío de Caballos, es su segunda plaquette publicada.