Mareas. Javier Moro Hernández
Mareas. Casa editorial Abismos. Colección Poesía, 2013 |
I
Quizás el tema básico de lo
humano es el trato de la dificultad. Un hecho de dificultad es así un hecho
humano. En elaborar delicias gastronómicas hay un acto de dificultad. En la biología,
en la matemática, en el sigilo de la caza de las ideas, en la poesía, hay un
acto de dificultad. Un acto de facilidad es comer cuando hay hambre, es llorar
cuando hay un dolor, es dejar la facilidad de lo bestial. Vamos de lo complejo
a lo simple, de lo incomprensible que es difícil a lo comprensible que es fácil.
El acto de dificultad permitió al ser humano colocarse en dos piernas, y eso
sólo en el comienzo.
La dificultad que implica conseguir
la claridad ha hecho correr a varios despavoridos de la poesía o que ingenuos e
incautos, glorifiquen su repudio a esa dificultad y lo tomen como presea para hablar
de que un poema no sólo debe leerse en términos intelectuales, sino que el “entender”
es más amplio. La claridad no está peleada con la complejidad, eso debe
entenderse, la claridad está peleada con la mezquindad, con la falta de
técnica, con la incapacidad técnica.
Lezama: “sólo lo difícil es
estimulante”. Sí, estimula a las ánimas voluntariosas, a las ánimas con ansia
de desentrañar el amasijo en que se nos presenta el mundo. A las ánimas
apagadas, las del miedo, melindrosas o llanas, las cosificadas, no puede
despertarles estímulo alguno, al contrario, la dificultad les aumenta la
pasividad.
Javier Moro, no es un poeta
difícil de leer. Es sencillo, así su poética está inscrita. La claridad de la
expresión no resulta siempre en facilidad de comprensión. El haikú es un enorme
ejemplo de ello. Por otro lado, la complejidad de la expresión no es siempre
dificultad en la expresión. Tal como sucede con la resolución de algún problema
filosófico o científico, la poesía nos
enfrenta a dificultades y resoluciones que nos aclaran, que nos arrojan a lo
simple. No otorga nada al camino de la resolución, que el problema sea también,
igual de simple. Si un libro es fácil de leer y fácil de comprender, no nos
otorga nada más.
Quizás aquello de que sólo lo
difícil es estimulante, se relacione por su contrario –la carencia de
estimulación– con la pereza para pensar,
pero también se relaciona con el reconocimiento, con lo que algunos psicólogos
y lógicos han llamado la necesidad de ser reconocidos en su esfuerzo. Se dice
que un trabajo es mejor valorado cuando se ha implicado mayor esfuerzo en su
confección, ahí entonces se levanta orgulloso el que trabaja y pone su esfuerzo
por delante. En cambio, los trabajos que no precisan grandes esfuerzos para llevarse
a buen fin, se les considera poco valiosos. De ahí que se empeñen muchos
filósofos, Hegel es un caso ejemplar, en volver difícil lo que no precisa de
tanta dificultad, o más cercanos, los abogados de Ministerio Público que se
empeñan en engolar y emperifollar su discurso sin agregarle nada sustancial a “lo”
que intentan comunicar.
Pero si es difícil el asunto que
se trata, difícil es también comunicarlo. La virtud, el acto de dificultad, el
acto eminentemente humano estriba en ser capaces de volverlo claro. Aclarar
algo que de suyo es claro, es en este sentido una labor estimable, pero
frívola.
II
Los poetas pueden distinguirse
por su capacidad técnica y su capacidad de observación. Esa capacidad de
observación es determinante para evitar ser un sensiblón, un cursi. La
capacidad técnica, es para evitar que un alto pensamiento tenga sólo tierra
aplanada y no un cimiento de mármol. Las dos capacidades son difíciles de
desarrollar, una se puede lograr a través del estudio y la paciencia, la otra
es un modo de ver el mundo peculiar y decantado desde sí mismo pero que también
se construye con un re-colocamiento constante en el estar en el mundo, con un enfrentamiento perenne y con los sentidos
despiertos a la condición humana. También, leyendo.
El libro que tengo en las manos,
es un libro generoso, Mareas, de Javier
Moro Hernández. El título es ya de sí ahogador, promete mucho. Pero yo no creo
que haya mareas ahí, en el libro de Moro, siempre hay más mar en el mar. En la
poesía, en las mareas, y en todo lo que hay y existe, la metáfora siempre está
imposibilitada de lograr la identidad. ¿Qué labor ante el mundo le queda
entonces al poeta cuando lo que representa no es más que imitación de lo que
existe y como imitación ya trae la aristotélica disminución? En el libro de
Moro, hay más bien un testimonio de las mareas en los corazones humanos, de los
altibajos y naufragios del alma amorosa, del llanto que lanzó la proa al
abismo, de la tristeza que arrojó las anclas, así como de la alegría que puede
invadir las costas como las aguamalas o que aparece sólo de vez en cuando como
desde la bahía las mantarrayas.
Moro se aventura en encontrarle
fondo a las mareas, pero se nota el riesgo y el peligro del ahogo. El volverse hacia uno mismo. La insondable pertenencia a sí mismo. Si
pensáramos en cuál es la capacidad más desarrollada de Moro, no sería la
capacidad técnica, el libro está plagado de asonancias desafortunadas, de
tropos mal confeccionados, de imágenes falseadas y lugares comunes:
Abre los ojos
3
Los recuerdos son insectos
atrapados en tus párpados
Que nunca cuentan nada nuevo.
Pero tu imagen se ha clavado en
la noche,
Es una guja clavada en mi
costado.
Un dolor penetrante,
Metálico que nunca dice nada
nuevo.
Lo que Moro sí tiene es una
especial, una peculiar visión del mundo, llena de atisbos amorosos, de heridas
y nostalgias, de hoteles de paso y marihuana, de besos que se dieron y besos
que se volvieron ceniza, de acribillados, de vida constante y cotidiana, de vacíos expresivos, de recuerdos e infancias, de aparatos electrónicos y ciudades. Es
honesto, tiene virtudes como ser humano que deja salir sin candados y sin
amarrar sus articulaciones, las deja desbandarse.
¿Sabes?
Puedo sentirme pequeño y precario
Cada vez que me siento junto a ti,
Cada vez que te veo obsesionada con algo;
Una injusticia,
Una alegría,
Un nuevo tema que te ocupa.
Luis Villoro, habla de la
revolución como el descontento vertido en emociones pero que se ha
racionalizado. Así la poesía, está en esa medida. La revolución que inicia como
grescas de coraje, como realizaciones de la rabia humana, se racionaliza para
lograr altos fines. En términos de dificultad, la racionalización de las emociones
es el refinamiento de las herramientas de su comunicación: el lenguaje así se
revoluciona. Y si asumo como verdadera la sentencia Wittgensteineana acerca del
lenguaje, el mundo se amplía si se amplían las relaciones del lenguaje. Las
relaciones forman parte también del mundo, acaecen, y estas relaciones del
lenguaje, también las concibe y las estudia, sin dudas, el poeta, el hacedor de
relaciones entre palabras. Recordemos parafraseando a Lugones: el poeta tiene
como labor, entre otras, la de acercar dos palabras que nunca han estado
juntas. La retórica nos muestra esas posibilidades de combinarse, de
relacionarse, de decirse unas a otras, de transformarse y sonar en conjunto. No
es gratuita la necesidad para un poeta, del conocimiento de su técnica.
Mareas
I
Un departamento sin luz,
Repleto de esquirlas de vidrio tiradas por
el suelo
Un silencio espeso.
Caminas sobre los cuerpos destrizados por
las bombas incendiarias
Caminas sobre recuerdos acribillados por
Francotiradores
Sin encontrar lo que alguna vez fue tuyo:
El latido de una voz,
El palpitar de un derrumbe.
Caminas sobre lo que queda de ti,
Sin encontrar nada,
ni siquiera una herida.
III
Si un poeta habla del mar, espero
que cuando llegue al mar, o cuando me marche de un día de estarlo contemplando,
el poeta me permita ver las crestas de las olas, el detalle de sus
encallamientos, la precisión de lo que dicen las gaviotas, el rotundo maremoto
dentro de mí. Leo por ejemplo a Huidobro y su monumento al mar, y mi voz
adquiere una fuerza inesperada. Gonzalo Rojas, algo dijo elogioso de ese poema,
algo así como que era el mejor poema donde se hablaba sobre el mar. Y sí, te
inunda, te ahoga, te sacude como lamprea dentro del salino océano. No hablo de continuidades, de construcción
dialéctica e histórica del conocimiento, sino del humano que habla por el
mundo.
Entré hace unos días a una biblioteca
y tuve una devastadora tristeza. Miré los libros que se publicaron el siglo
pasado, los comparé en bloque con los que se están escribiendo en este siglo y me
sobrevino una profunda desesperanza: no avanzamos nada, la humanidad se va
embruteciendo peligrosamente y produce una cantidad enorme de libros fallidos e
inútiles. ¿Qué nos espera en la literatura cuando aún no podemos resolver el hambre ni respetar los derechos de la gente?,
¿por qué la belleza posible de las relaciones entre los seres humanos está
despreciada frente a la belleza efímera de las cosas? Moro nos dice que el caminante
sigue aún cuando haya esquirlas en el suelo, habla de frustración pero así, también
de esperanzas:
Mareas
3
Un hombre que trata de reconstruir lo que
quedó.
Un hombre que regresa
Para encontrarse solo con los ecos que se
alejan
por las escaleras
Un hombre que regresa para encontrarse
con las ventanas rotas y la televisión
encendida
Un hombre que recoge lo que queda:
Vidrios rotos,
Alfombras quemadas,
Puertas tiradas.
Un hombre que recoge sus restos,
Lo que queda de él.
En ese contexto, el libro de
Moro, fue más allá de pensar sobre la dificultad o facilidad en la poesía. Y
hubo una experiencia especial con su libro. En Diciembre de 2013 fui a una
comunidad zapatista en el Caracol de la Realidad. Me ponía a leer por las
noches, recostado en una hamaca. En el cuarto donde dormía, me acompañaban otros
tres compas. Uno de ellos me preguntó, la primera noche, que a qué me dedicaba.
Yo le comenté que me dedicaba a escribir. La siguiente noche, mientras leía un
volumen de cuentos, ese compa se me acercó y me preguntó que si no tenía un
libro de poesía para leer. El único libro que llevaba era el de Javier Moro, y
se lo di, con asombro. El compa zapatista, de treinta y cinco años, con una
mirada vidriosa como la de Emiliano en su última foto, comenzó a leer Mareas a las nueve de la noche, y lo terminó
al borde de las doce, sin interrupciones. Terminando la lectura, se levantó de
su cama, me entregó el libro y callado se regresó a dormir.
No supe nunca si le gustó o no el
libro. ¿Qué dicha no puede haber en un escritor que ha sido leído ávidamente? El
último día que estuve allá, el compa zapatista me pidió que leyera un poema que
había escrito la noche anterior, un poema que él no sabía que decía, que no
sabía si era bueno o terrible, pero me pidió que lo leyera porque se había
acercado a la poesía, y el libro de Moro ya le había informado algo muy
importante: cualquier poeta, independientemente de su calidad, cualquier poeta
que auténticamente lo sea; algo bello o importante, algo imprescindible, por
minúsculo que sea, ya sea en un verso o en un par de palabras que nunca antes
de él se habían acercado, algo tendrá que decir.
Javier Moro Hernández. Bucaramanga, Colombia 1976. Comunicólogo de formación, estudió en la UAM Xochimilco. Actualmente se desempeña como periodista y promotor cultural. Antologado en varias ocasiones, Mareas es, en sus propias palabras, la conclusión de un proceso vital, y su primera obra publicada.
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