Andar tu nombre. Diablura. 2013 |
La cultura pasa por la boca de sus escritores. Considero que el poeta
es un instrumento de su lenguaje, su vehículo primordial. Josimar lo logra en gran
medida, sus virtudes favorables, su humildad. Enfrentarse a la enormidad del
mar, a la del cielo, enfrentarse a lo profundo del universo, a lo irrebatible
del Atila que es la muerte, conduce en el mejor de los casos a la humildad. El
libro de Josimar se entrevera en esta humildad, con el lenguaje de la tribu,
con la muerte, con el caballo de las emociones y en esa medida es un testimonio
de un deudo situado en un contexto cultural específico.
Andar tu nombre, es un recorrido
a la pérdida de la madre, situado en un plexo de nervios mexicano, joven, en un
citadino situado entre las multitudes, con un lector afinado y observador
cuidadoso de sus alrededores.
"suena y resuena
mamá ha muerto
calle chocando contra los ojos
del que llora
calle
total
la muerte no se espanta con gritos."
Josimar Galíndez, camina como un poeta que habla con la delicadeza y
la sapiencia. Desde Tlapehuala y desde el Distrito Federal, desde lo sacro y lo
mundano. En su poesía pueden leerse claves sonoras indistinguibles, el uso
lustrado de la metáfora, el cuidado de los cortes, la benevolencia y su
asunción, la advertencia y el recordatorio de nuestra insignificancia.
De lo insignificante habla el poeta.
"Yo
soy lo que
soy
el pecado
lo aprendí tarde
el amor por el contrario
me llegó muy pronto
de tus manos
suaves
ligeras
como el aroma del calostro
sabor
de la infancia
contigo entendí por qué a Dios se
le representa con las manos"
En el fragmento anterior, se aprecia la confianza del poeta de
Tlapehuala, para hablar y jugar con los términos, con las agujas y esperanzas
de la religión. Es otra muestra de lo que afirmo de este poeta que sabe leer a
su gente, que sabe leerse entre sus semejantes, pero reafirmándose en sus
contrastes.
Traigo en las manos buganvilias
para que veas –si es que miras–
en tu casa todo florece
a pesar de la muerte
La muerte, en Galíndez, tiene una dimensión equilibrada, sabe que no
se detiene el mundo, tiene su significación precisa, si bien para el orden de
la natura naturans es una
consecuencia lógica, un elemento más del proceso de creación, y con una mínima
importancia, también puede resultar una línea divisoria en la vida de una
persona. Quizás cuando muere la madre uno comienza a envejecer, quizás cuando
muere la madre uno queda huérfano no sólo de ella. Pero también la muerte de la
madre, nos deja ver Josimar, no es para recordar la muerte, sino para recordar
la vida.
Esta concepción de Galíndez me recuerda un pequeño y luminoso libro,
que necesariamente debo recordarlo por su título: Muere mi madre, del japonés Saito Mokichi[1].
Donde un desapego a la madre es un monumento a su cariño. Donde su muerte es un
gozo de la vida, aunque el mundo se torne desraizado, aunque el corazón se
rasgue y se confunda con nubes solitarias en el cielo.
Quizás, un ánimo recurrente en el tratamiento de la muerte, una idea
que suele ir aparejada, sea la del olvido, recuerdos, memoria. La muerte es un
río desbordado que arrastra las casas, que libera de los potreros a los
caballos de la memoria. El deudo, entonces, mira cómo se lleva algunos, como
relinchan los que estaban dormidos y se desesperan por quedar a salvo, los ve
también marcharse en su frenética caída, y a algunos, los fotografía, sabiendo
que ese desdoblar de la memoria les otorga el amparo.
"Quiero que cumplas un año
para mandarte al olvido
porque no soy tan cruel
madre
para vivir con tu ausencia"
Josimar Galíndez, nos recuerda los límites de la memoria, pero nos
avisa que hay un papel activo en el deudo en domar esos corceles del recuerdo. Nos
recuerda que los límites no los pone el recuerdo mismo, sino el recordante,
diciéndonos entre líneas que el responsable del duelo es el dolorido.
Con este punto, Andar tu nombre,
no es un deambular, es un camino que incluso presentía el comienzo, y que tiene
un objetivo, un fin, una perspectiva que abona de la tradición de sentimientos
de nuestra cultura, pero que los cuestiona sin dejar de ser el autor el que
padece, el que sufre, pero con una actitud rara vez encontrada entre los
deudos.
Fotografía: Andrés Martínez Ortiz |
Josimar Galíndez Rojas. 1986. Estudió la carrera de Derecho en la
UNAM. Poeta y promotor cultural. Formó parte del taller de creación literaria
de la Facultad de Economía. Es colaborador además del proyecto Imaginaria jurídica, de la Facultad de
Derecho de la UNAM. Dice de sí mismo: “Cuando sea grande seré poeta, corrijo:
cuando sea poeta seré grande”.
[1] MOKICHI,
Saito. Muere mi madre. Trad. de José
Kozer. Monterrey: Capilla Alfonsina. Colección El oro de los tigres. 2009
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