martes, 25 de febrero de 2014

Andar tu nombre. Josimar Galíndez Rojas.




Andar tu nombre. Diablura. 2013
La cultura pasa por la boca de sus escritores. Considero que el poeta es un instrumento de su lenguaje, su vehículo primordial. Josimar lo logra en gran medida, sus virtudes favorables, su humildad. Enfrentarse a la enormidad del mar, a la del cielo, enfrentarse a lo profundo del universo, a lo irrebatible del Atila que es la muerte, conduce en el mejor de los casos a la humildad. El libro de Josimar se entrevera en esta humildad, con el lenguaje de la tribu, con la muerte, con el caballo de las emociones y en esa medida es un testimonio de un deudo situado en un contexto cultural específico.

Andar tu nombre, es un recorrido a la pérdida de la madre, situado en un plexo de nervios mexicano, joven, en un citadino situado entre las multitudes, con un lector afinado y observador cuidadoso de sus alrededores.


"suena y resuena
                        mamá ha muerto
calle chocando contra los ojos del que llora
calle
     total      la muerte no se espanta con gritos."


Josimar Galíndez, camina como un poeta que habla con la delicadeza y la sapiencia. Desde Tlapehuala y desde el Distrito Federal, desde lo sacro y lo mundano. En su poesía pueden leerse claves sonoras indistinguibles, el uso lustrado de la metáfora, el cuidado de los cortes, la benevolencia y su asunción, la advertencia y el recordatorio de nuestra insignificancia.
De lo insignificante habla el poeta.


"Yo
soy lo que
                soy
el pecado
               lo aprendí tarde
el amor por el contrario
me llegó muy pronto
                                       de tus manos
suaves
                ligeras como el aroma del calostro
                                               sabor de la infancia
contigo entendí por qué a Dios se le representa con las manos"


En el fragmento anterior, se aprecia la confianza del poeta de Tlapehuala, para hablar y jugar con los términos, con las agujas y esperanzas de la religión. Es otra muestra de lo que afirmo de este poeta que sabe leer a su gente, que sabe leerse entre sus semejantes, pero reafirmándose en sus contrastes.

Traigo en las manos buganvilias
para que veas –si es que miras–
en tu casa todo florece
a pesar de la muerte

La muerte, en Galíndez, tiene una dimensión equilibrada, sabe que no se detiene el mundo, tiene su significación precisa, si bien para el orden de la natura naturans es una consecuencia lógica, un elemento más del proceso de creación, y con una mínima importancia, también puede resultar una línea divisoria en la vida de una persona. Quizás cuando muere la madre uno comienza a envejecer, quizás cuando muere la madre uno queda huérfano no sólo de ella. Pero también la muerte de la madre, nos deja ver Josimar, no es para recordar la muerte, sino para recordar la vida.

Esta concepción de Galíndez me recuerda un pequeño y luminoso libro, que necesariamente debo recordarlo por su título: Muere mi madre, del japonés Saito Mokichi[1]. Donde un desapego a la madre es un monumento a su cariño. Donde su muerte es un gozo de la vida, aunque el mundo se torne desraizado, aunque el corazón se rasgue y se confunda con nubes solitarias en el cielo.

Quizás, un ánimo recurrente en el tratamiento de la muerte, una idea que suele ir aparejada, sea la del olvido, recuerdos, memoria. La muerte es un río desbordado que arrastra las casas, que libera de los potreros a los caballos de la memoria. El deudo, entonces, mira cómo se lleva algunos, como relinchan los que estaban dormidos y se desesperan por quedar a salvo, los ve también marcharse en su frenética caída, y a algunos, los fotografía, sabiendo que ese desdoblar de la memoria les otorga el amparo.

"Quiero que cumplas un año
para mandarte al olvido
porque no soy tan cruel
                                               madre
para vivir con tu ausencia"

Josimar Galíndez, nos recuerda los límites de la memoria, pero nos avisa que hay un papel activo en el deudo en domar esos corceles del recuerdo. Nos recuerda que los límites no los pone el recuerdo mismo, sino el recordante, diciéndonos entre líneas que el responsable del duelo es el dolorido.

Con este punto, Andar tu nombre, no es un deambular, es un camino que incluso presentía el comienzo, y que tiene un objetivo, un fin, una perspectiva que abona de la tradición de sentimientos de nuestra cultura, pero que los cuestiona sin dejar de ser el autor el que padece, el que sufre, pero con una actitud rara vez encontrada entre los deudos.



Fotografía: Andrés Martínez Ortiz




Josimar Galíndez Rojas. 1986. Estudió la carrera de Derecho en la UNAM. Poeta y promotor cultural. Formó parte del taller de creación literaria de la Facultad de Economía. Es colaborador además del proyecto Imaginaria jurídica, de la Facultad de Derecho de la UNAM. Dice de sí mismo: “Cuando sea grande seré poeta, corrijo: cuando sea poeta seré grande”.


[1] MOKICHI, Saito. Muere mi madre. Trad. de José Kozer. Monterrey: Capilla Alfonsina. Colección El oro de los tigres. 2009

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